Voluntarios magos
Los primeros días era
divertido estar en casa, sin tener que ir al colegio, pero ahora me aburro un
poco y echo de menos a mis amigas. Nos vemos por la cámara del móvil de mamá,
pero no es lo mismo. Lara está empezando a andar y papá se pasa todo el día
corriendo tras ella. Yo le ayudo a recoger mi habitación, a hacer la comida y a
cuidar de mamá, ya que su cuidadora se tiene que quedar en casa con sus hijos.
Un día, mamá me sentó sobre
sus piernas y me paseó por la casa en la silla de ruedas. Jugamos a que somos
piratas y, en nuestro barco, teníamos que encontrar el tesoro. Esa vez, estaba
dentro de mi lapicero, y era una moneda de chocolate riquísimo. Después, me
explicó que este año va a ser diferente a los otros debido al coronavirus, pues
no ha habido Semana Santa, ni habrá fiesta de graduación, ni sabemos si
podremos ir a la playa este verano… ¡Pero la Navidad se ha adelantado! Eso no
me lo ha dicho, pero yo lo sé.
Esa misma mañana, mientras
Lara y yo veíamos los dibujos en la televisión, papá estuvo escribiendo una carta.
Yo fingía estar muy atenta a la pantalla, pero, de vez en cuando, miraba tratando
de averiguar lo que había escrito. Luego, se dirigió a la puerta y la pasó por
debajo. Al rato, sonó el timbre, papá abrió la puerta y recogió unas bolsas del
suelo, pero yo no vi a nadie. «¡Pues sí que está siendo diferente este año!»,
pensé.
Desde entonces, ha
escrito dos cartas más, y siempre han llegado bolsas repletas de comida, pero
sigo sin ver a nadie cuando papá abre la puerta.
La hora del almuerzo es
muy divertida. No se lo he dicho aún, pero estoy muy contenta de que esté en
casa todo el día y podamos comer juntos. Tampoco le he dicho que me puse un
poco triste cuando vi que no había ningún juguete en las bolsas, ni que, a
escondidas, escribí en la última carta que envió: «Gracias por la comida y por
traer a papá».
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