El tiempo ha pintado las calles del mismo color
Son las ocho. Despierta. Toca las sábanas y, junto a ella, la parte fría y deshecha. Aún no se ha ido. Ella, con lágrimas en los ojos, esas que se nos escapan cuando nos vemos sin fuerzas para afrontar lo que viene de camino, lo inevitable, se levanta deprisa y corre escaleras abajo hasta donde él la espera. En el armario ve menos ropa, y cajones vacíos parecen gritar la ausencia tan fuerte que estallarían sus oídos. Él, con una maleta en la mano, dice "es la hora".
Juntos, cierran la puerta y bajan la calle en silencio.
Juntos, son protagonistas del final de la historia más bonita de la Historia.
Pero ella no quiere saberlo. Por eso canta, va cantando como un niña a la que le dicen que va a ir a un gran parque con columpios de colores, en lugar de al cole. Canta muy fuerte, creyendo que él la escucha. Pero él ya está muy lejos, desde hace tiempo; desde que sonó el primer crujido. Y no puede oirla.
Ella está sola. Se adelanta. Toca su mano. Sigue sonriendo. Ve la vía del tren. Sonrisa fría. Escucha. Ya viene. Sonrisa de cristal que se rompe en mil pedacitos formando el mosaico de labios apretados para no dejar escapar al corazón.
Él quiere despedirse. Se acerca. Ella no, porque no le gustan las despedidas.
Y, entonces, el pánico se apodera de su rostro y, temblando, le dice que suelte esa maleta. La coje, la tira. Ropa esparcida por el suelo. Lo abraza. No te vayas, amor, dice entre lágrimas que inundan sus ojos de cielo. No te vayas mi vida, no te vayas. Miedo, susto, horror. Esto no puede estar pasando. Debo irme ya. Muero si te vas, ¿quieres que me muera aquí mismo? Suéltame. Mírame, ¿dónde están los besos que me dabas cada día al despertar? ¿Ya no te acuerdas? Decías que tenías uno para cada día de mi vida y mi vida era tu eternidad. ¿Ya se te ha olvidado? No hagas esto más defícil, por favor. Por favor, no te puedes ir, no te vayas, dios mío, esto no nos puede estar pasando. ¿No me ves? Mira lo que has formado. Lágrimas. Deja de dar el espectáculo. De rodillas contra el suelo. Amor, mi amor...
Señores pasajeros, último aviso. Este tren cerrará sus puertas de inmediato...
Se va, se aleja.
Hoy recuerdo después de más de 50 años este segundo de mi vida. Me río. Nos creemos que sólo con un simple "adiós" se pone fin. Pues no...no. Decimos adiós cada segundo sin decir nada. Hoy mismo olí una flor y sé que no volveré a verla como hoy, puede que ahora siga igual pero ya no es tan bella. O, ¿es que sabes cuando será la última vez que verás a una persona? Puede que sea hoy.
¡Que al final todos los trenes se cruzan y todos los pasajeros acaban en el mismo andén!
Después de ese segundo eterno en el que ves el tren alejarse, y lloras, lloras, deseas morir, lloras, ríes, te preguntas cuántos segundos más te podrán arrancar un trocito de corazón y poder seguir con vida, me río. Quizás sea la risa la prueba de haber llegado a la pérdida total de la cordura.
Hoy, ya he comprnedido que la vida no es más que un juego. Nos toca, sufrir, reír. Reír muy alto. Llorar muy profundo.
No hacen falta 100 años ni una enfermedad para que el tiempo te haga olvidar. Y es que creo que nunca se olvida, sólo se tiran los recuerdos al mar en botellas de cristal y el oleaje las trae de vuelta.
Decir adiós, la vida es eso...(J.A.B.)
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