Finalista del mes de febrero del Concurso de microrrelatos del Círculo Cultural Bezmiliana (V edición)
UN BANQUERO EN EL BANCO
Cuando llegó el frío, todos los cajeros estaban ocupados, así que elegí un banco junto a una iglesia para instalarme. Pensé que sería un buen lugar para pedir, pero comprobé que la misericordia sólo se practica de puertas para adentro. Cansado de la indiferencia, me fui de allí proclamando a viva voz mi deseo de solicitar la apostasía.
Siguiendo los consejos de los veteranos, opté por un supermercado. La generosidad de la gente me colmó de todo tipo de productos; con las hierbas, me hacía cigarros. Pronto, se me conoció en todo El Rincón como «el yonqui de las especias».
Quise abrir una herboristería, pero el banco no me concedió el crédito y me dijeron, toma cilantro, por lo menos te hará sonreír.
Al otro lado de la ventanilla, aún colgaba mi retrato de la pared del que fue mi despacho, antes del despido que me llevó al anonimato.
Cuando llegó el frío, todos los cajeros estaban ocupados, así que elegí un banco junto a una iglesia para instalarme. Pensé que sería un buen lugar para pedir, pero comprobé que la misericordia sólo se practica de puertas para adentro. Cansado de la indiferencia, me fui de allí proclamando a viva voz mi deseo de solicitar la apostasía.
Siguiendo los consejos de los veteranos, opté por un supermercado. La generosidad de la gente me colmó de todo tipo de productos; con las hierbas, me hacía cigarros. Pronto, se me conoció en todo El Rincón como «el yonqui de las especias».
Quise abrir una herboristería, pero el banco no me concedió el crédito y me dijeron, toma cilantro, por lo menos te hará sonreír.
Al otro lado de la ventanilla, aún colgaba mi retrato de la pared del que fue mi despacho, antes del despido que me llevó al anonimato.
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